ENCÍCLICA

Quas Primas

 

PÍO XI

11 de diciembre de 1925

 

 

 

 

  Sobre el  Reinado Social de Jesucristo

                                                   y

                                    la fiesta de Cristo Rey

 

1. La causa más profunda de los males de hoy: la apostasía

 

                    En la primera Encíclica, que al comenzar Nuestro Pontificado enviamos a todos los Obispos del orbe católico*, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano. En ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos, mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.

 

                  El remedio: la vuelta a Cristo y su paz

 

                 Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible Nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.

 

                   2. El movimiento espiritual despertó nuevas esperanzas

 

                   Entretanto, no dejó de infundirnos sólida esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos, que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.

 

                  3. Todo lo que aconteció en el curso del Año Santo alentó esas esperanzas

 

                 Y todo cuanto ha acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?

 

                Porque maravilla es cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional, que ofreció a todos el conocer bien, ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su Esposo por todos los continentes e islas -aun, de éstas, las de mares los más remotos-, ora el crecido número de regiones conquistadas para la fe católica por la sangre y los sudores de esforzadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey. Además, cuantos -en tan grandes multitudes- durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma guiados por sus Obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los Apóstoles y visitarnos a Nos para proclamar que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo? Como una nueva luz ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro Salvador cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordinarios méritos y virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto consuelo embargó Nuestra alma cuando, después de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex gloriae Christe, en el majestuoso templo de San Pedro!

 

                La labor de la Iglesia y el recuerdo del Concilio de Nicea acentuaron el resurgimiento

 

                Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fielísimamente en el reino de la tierra.

 

                Asimismo, al cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del Concilio de Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismo en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel Sagrado Concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la consubstancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo.

 

                Cumplimiento del deseo general de la institución de la fiesta de Cristo Rey

 

                Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para realzar el reinado de Jesucristo, Nos parece que cumpliremos un acto muy conforme a Nuestro deber apostólico, si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos Cardenales, Obispos y fieles católicos, ponemos digno fin a este año jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Y ello de tal modo Nos complace, que deseamos, Venerables Hermanos, deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la solemnidad nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer momento, los más variados frutos.

 

                I. EL  CULTO  DE  JESUCRISTO   REY

 

                4. El culto de Cristo Rey en sentido figurado: se debe a Cristo por sus perfecciones humanas y por su dominio sobre los hombres.

 

                Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia, cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres, porque con su supereminente caridad [1] y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie -entre todos los nacidos- ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.

 

                5. Es Rey también en el sentido literal, como hombre por la unión hipostática

 

                Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino [2], porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

 

             6. La Realeza de Cristo en el Antiguo Testamento

 

                ¿Y no leemos, de hecho, con frecuencia en las Sagradas Escrituras que Cristo es Rey? Él es llamado el Príncipe que ha de nacer de la estirpe de Jacob [3]; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra [4]. El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso, se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de tu reino es cetro de rectitud [5]. Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extremo del orbe de la tierra [6].

 

               Especialmente los profetas

 

              A este testimonio se añaden otros, aun más copiosos, de los Profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado, y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre [7]. Lo mismo que Isaías vaticinan los demás Profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey, y será sabio y juzgará en la tierra [8]. Así Daniel, al anunciar que el Dios del Cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente [9]; y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y dióle éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: La potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible [10]. Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas [11], ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?

 

             7. La Realeza de Cristo en el Nuevo Testamento

 

               Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey, que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada. En este punto, y pasando por alto el mensaje del Arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su Padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin [12], es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza; pues, ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora, al responder al Gobernador Romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los Apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey [13], y públicamente confirma que es Rey [14], y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra [15]. Con las cuales palabras ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los Reyes de la tierra [16], y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan [17]. Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas [18], menester es que reine Cristo, hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos [19].

 

               8. La Realeza de Cristo en todos los actos litúrgicos

 

               De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la Liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los Reyes. Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabras expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.

 

               9. Cristo es Rey por su naturaleza: la unión hipostática

 

               Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza [20]. Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo, no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su Imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.

 

                Es Rey también por la redención con que nos compró

 

               Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista adquirido a costa de la Redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados, no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin lucha [21]. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande [22]; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo [23].

 

             II. ESENCIA Y SIGNIFICADO DE LA REALEZA DE CRISTO

 

             10. Triple potestad del principado

 

                Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado.

 

                El poder legislativo de Jesús

 

                Los testimonios, aducidos de las SS. Escrituras, acerca del Imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de Fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer [24]. Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad [25].

 

               El poder judicial de Jesús

 

               El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el Sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo [26]. En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio.

 

               El poder ejecutivo de Jesús

 

               Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.

 

            11. Naturaleza espiritual del Reino de Cristo

 

              Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efecto; en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos Apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo, y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración le rodeaba, El rehusó tal título de honor, huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del Gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo.

 

              Este reino se nos muestra en los Evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la Fe y el Bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos, no solamente que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofrecídose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados de mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?

 

              Al imperio espiritual están sujetas las cosas temporales

 

              Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo que los poseedores de ellas las utilicen. Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales [27].

 

           12. Extensión universal del Reino de Cristo sobre la humanidad entera

 

              Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de Nuestro Predecesor, de inmortal memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto Nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el Bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la Fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano [28].

 

              Se extiende sobre los individuos y la sociedad

 

              No hay diferencia entre los individuos y el consorcio civil, porque los individuos unidos en sociedad, no por eso están menos bajo la potestad de Cristo que lo que están cada uno de ellos separadamente. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual debamos salvarnos [29]. Sólo Él es quien da la prosperidad y la felicidad verdadera así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos [30]. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones, a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo, si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria.

 

              13. El poder se vuelve sagrado e intangible: primera ventaja

 

              En efecto, muy a propósito y oportunas para el momento actual son aquellas palabras que, al comenzar Nuestro Pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, a saber: Desterrados Dios y Jesucristo -lamentábamos- de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad la cual ya no se apoya sobre sus fundamentos naturales [31].

 

              En cambio, si los hombres, pública y privadamente reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia.

 

              14. La obediencia se ennoblece: segunda ventaja

 

              La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo el servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres [32].

 

              Y si los príncipes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio, por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores.

 

              15. El bien social de la tranquilidad y el orden en el estado

 

               De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues, aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

 

               El bien de la concordia y la paz

 

               En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen sino a servir: que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera?

 

               Bienestar y felicidad

 

              ¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejarán gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente -diremos con las mismas palabras que Nuestro Predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los Obispos del orbe católico-, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre [33].

 

               III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY

 

            16. Los beneficios de la fiesta de Cristo Rey

 

               Ahora bien; para que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de Nuestro Salvador, para lo cual nada será más eficaz que instituir la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.

 

               El valor psicológico y religioso de las fiestas

 

              Porque para instruir al pueblo en las cosas de la Fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio. Estas sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas -digámoslo así- hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas penetran en las inteligencias, aquéllas afectan saludablemente a las inteligencias, a los corazones, al hombre entero.

 

              Corresponden a la naturaleza del hombre

 

              Además, como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual.

 

              Obedecen a las exigencias del tiempo

 

              Por otra parte, los documentos históricos demuestran que estas festividades fueron instituidas una tras otra en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la necesidad y utilidad del pueblo cristiano, esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor frecuencia para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de la Fe, o algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la liturgia a conmemorar a los Mártires para que, como dice San Agustín, las festividades de los Mártires fuesen otras tantas exhortaciones al martirio [34]. Más tarde, los honores litúrgicos concedidos a los santos Confesores, Vírgenes y Viudas, sirvieron maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos.

 

            17. Combaten los errores y herejías. La lección de las fiestas marianas

 

              Sobre todo, las festividades instituidas en honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a que el pueblo cristiano no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor hacia la Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia. Además, entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de los Santos no debe ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.

 

              En este punto debemos admirar los designios de la Divina Providencia, la cual, así como suele sacar bien del mal, así también permitió que se enfriase a veces la Fe y piedad de los fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a enfervorizarse en la virtud y en la santidad.

 

              Elocuente testimonio de la historia moderna

 

              Asimismo las festividades incluidas en el Año litúrgico durante los tiempos modernos han tenido también el mismo origen y han producido idénticos frutos. Así, cuando se entibió la reverencia y culto al Santísimo Sacramento, entonces se instituyó la Fiesta del Corpus Christi, y se mandó celebrarla de tal modo que la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Señor. Así también, la festividad del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y abatidas por la triste y helada severidad de los Jansenistas, habíanse enfriado y alejado del amor de Dios y de la confianza de su eterna salvación.

 

              18. Debe combatir el laicismo, peste de nuestro tiempo

 

              Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy infecciona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, Venerables Hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la Religión Cristiana fue igualada con las demás religiones falsas, y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: Hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la Religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.

 

              La discordia y el desenfreno piden su introducción

 

              Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en Nuestra Encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.

 

            19. La celebración de la fiesta debe hacer imposible la apatía de los buenos

 

                Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra, sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.

 

              La fiesta de Cristo Rey es remedio contra el silencio vergonzoso

 

              Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de Nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo, y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.

 

             20. El tiempo es maduro para la fiesta; su lenta preparación

 

                 ¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba maravillosamente el camino a la institución de esta festividad? Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones. Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII, fue consagrado al Divino Corazón todo el género humano, durante el Año Santo de 1900. No se debe pasar en silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía de Cristo sobre la sociedad humana, sirvieron de maravillosa manera los frecuentísimos Congresos Eucarísticos que suelen celebrarse en nuestros tiempos, y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de las diócesis, regiones, naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en las asambleas y en los templos, de la adoración, en común, del Augusto Sacramento públicamente expuesto y de solemnísimas procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido dado por el cielo. Bien y con razón podría decirse que el pueblo cristiano, movido como por una inspiración divina, sacando del silencio y como escondrijo de los templos a aquel mismo Jesús a quien los impíos, cuando vino al mundo, no quisieron recibir, y llevándole como a un triunfador por las vías públicas, quiere restablecerlo en todos sus reales derechos.

 

              21. Ocasión propicia para la institución de la fiesta

 

              Ahora bien; para realizar Nuestra idea que acabamos de exponer, el Año Santo, que toca a su fin, Nos ofrece tal oportunidad que no habrá otra mejor; puesto que Dios, habiendo benignísimamente levantado la mente y el corazón de los fieles a la consideración de los bienes celestiales que superan todo goce, les ha devuelto el don de su gracia, o los ha confirmado en el camino recto, dándoles nuevos estímulos para tender a la perfección. Ora, pues, atendamos a tantas súplicas como Nos han sido hechas, ora consideremos los acontecimientos del Año Santo, en verdad que sobran motivos para convencernos de que por fin ha llegado el día, tan vehementemente deseado, en que anunciemos que se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo, como Rey de todo el género humano. Porque en este año, como dijimos al principio, el Rey divino, verdaderamente admirable en sus Santos, ha sido gloriosamente magnificado con la elevación de un nuevo grupo de sus fieles soldados al honor de los Altares. Asimismo, en este año, por medio de una inusitada Exposición Misional, han podido todos admirar los triunfos que han ganado para Cristo sus obreros evangélicos al extender su reino. Finalmente, en este año, con la celebración del Centenario del Concilio de Nicea, hemos conmemorado la vindicación del dogma de la consubstancialidad del Verbo Encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya como en su propio fundamento la soberanía del mismo Cristo sobre todos los pueblos.

 

             22. Las disposiciones litúrgicas sobre la fiesta y consagración

 

               Por tanto, con Nuestra autoridad apostólica, instituimos la Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que Nuestro predecesor, de s. m., Pío X, mandó recitar anualmente. Este año, sin embargo, queremos que se renueve el día 31 de diciembre, en el que Nos mismo oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey, u ordenaremos que dicha consagración se haga en Nuestra presencia. Creemos que no podemos cerrar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos, más amplio testimonio de Nuestra gratitud -con lo cual interpretamos la de todos los católicos- por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.

 

              23. La explicación teológica de la nueva fiesta

 

               No es menester, Venerables Hermanos, que os expliquemos detenidamente los motivos por los cuales hemos decretado que la festividad de Cristo Rey se celebre separadamente de aquellas otras en las cuales parece ya indicada e implícitamente solemnizada esta misma dignidad real. Basta advertir que, aunque en todas las fiestas de Nuestro Señor, el objeto material de ellas es Cristo, pero su objeto formal es enteramente distinto del título y de la potestad real de Jesucristo.

 

               4. Los motivos que hicieron elegir el último Domingo de Octubre

 

               La razón por la cual hemos querido establecer esta festividad en día de Domingo, es para que no tan sólo el Clero honre a Cristo Rey con la celebración de la Misa y el rezo del Oficio Divino, sino para que también el pueblo, libre de las preocupaciones y con espíritu de santa alegría, rinda a Cristo preclaro testimonio de su obediencia y devoción. Nos pareció también el último domingo de octubre mucho más acomodado para esta festividad que todos los demás, porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y, antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de Aquel que triunfa en todos los Santos y elegidos.

 

               Prescripciones papales relativas a la festividad

 

               Sea, pues, vuestro deber y vuestro oficio, Venerables Hermanos, hacer de modo que a la celebración de esta fiesta anual preceda, en días determinados, un curso de predicación al pueblo en todas las parroquias, de manera que, instruidos cuidadosamente los fieles sobre la naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, emprendan y ordenen un género de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir amorosa y fielmente a su Rey, Jesucristo.

 

                25. Beneficios que obtendrá la Iglesia: la proclamación de sus derechos

 

                Antes de terminar esta Carta, Nos place, Venerables Hermanos, indicar brevemente las utilidades que en bien, ya de la Iglesia y de la sociedad civil, ya de cada uno de los fieles esperamos y Nos prometemos de este público homenaje de culto a Cristo Rey. En efecto; tributando estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán necesariamente los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo, exige -por derecho propio e imposible de renunciar- plena libertad e independencia del poder civil; y que en el cumplimiento del oficio encomendado a ella por Dios, de enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio de nadie.

 

               26. Libertad para las órdenes religiosas

 

               Más aún: El Estado debe también conceder la misma libertad a las Ordenes y Congregaciones religiosas de ambos sexos, las cuales, siendo como son valiosísimos auxiliares de los Pastores de la Iglesia, cooperan grandemente al establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya combatiendo con la observación de los tres votos la triple concupiscencia del mundo, ya profesando una vida más perfecta, merced a la cual, aquella santidad que el Divino Fundador de la Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de ella, resplandece y alumbra cada día con perpetuo y más vivo esplendor, delante de los ojos de todos.

 

              27. Beneficios para las naciones

 

              La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo, no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes. A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del Juicio Final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado, cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres.

 

           28. Beneficios para los fieles: el pleno imperio de Jesús sobre todo el hombre

 

              Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.

 

              Porque si a Cristo Nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el Cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los afectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios[35], deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección.

 

           29. Esperanza de vivir el Reino de Cristo

 

             Haga el Señor, Venerables Hermanos, que todos cuantos se hallan fuera de su reino deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su misericordia somos ya sus súbditos e hijos, llevemos este yugo no de mala gana, sino con gusto, con amor y santidad: y que nuestra vida, conformada siempre a las leyes del reino divino, sea rica en hermosos y abundantes frutos; para que, siendo considerados por Cristo como siervos buenos y fieles, lleguemos a ser con El participantes del reino celestial, de su eterna felicidad y gloria.

 

             30. Bendición Apostólica

 

             Estos deseos que Nos formamos para la fiesta de la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo, sean para vosotros, Venerables Hermanos, prueba de Nuestro paternal afecto; y recibid la bendición Apostólica, que en prenda de los divinos favores os damos de todo corazón, a vosotros, Venerables Hermanos, y a todo vuestro Clero y pueblo.

 

 

            Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de diciembre de 1925, año cuarto de Nuestro Pontificado.

 

 

Pío XI, Papa

 

 

 

                                                                                            Notas

 

(1)  Eph. 3, 19.        “Y de conocer el amor de Cristo (por nosotros) que sobrepuja a todo conocimiento, para que seáis colmados   

                                                de  todo plenitud de Dios.” 

 

(2) Dan. 7, 13-14.   “Seguía yo miando en la visión nocturna, y  aquí que vino sobre las nubes del cielo Uno parecido a un  hijo

                                              de hombre, el cual llegó al Anciano de días, y le presentaron delante de Él. Y le fue dado el señorío, la gloria

                                              y el reino y todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieron. Su señorío es un señorío eterno  que jamás

                                              acabará, y su reino nunca será destruido.

 

(3) Num. 24, 19.       “De Jacob  saldrá un dominador, el cual destruirá los restos de la ciudad.”

 

(4) Ps. 2.                                                          ¿Por qué se amotinan las gentes

                                                                      y las naciones traman varios proyectos?

                                                                      Se han levantado los reyes de la tierra,

                                                                      y a una se confabulan los príncipes

                                                                      contra Yahvé y contra su Ungido.

                                                                     “Rompamos (dicen) sus coyundas,

                                                                      y arrojemos lejos de nosotros sus ataduras.”

                                                                      El que habita en los cielos ríe,

                                                                      el señor se burla d ellos.

                                                                      A su tiempo les hablará de su ira,

                                                                      y en su indignación los aterrará:

                                                                     “Pues bien, soy Yo

                                                                      quien ha construido a mi rey

                                                                      sobre Sión, mi santo monte.” 

                                                                      ¡Yo promulgaré ese decreto de Yahvé!

                                                                      El me ha dicho; “Tú eres mi hijo,

                                                                      Yo mismo te he engendrado en este día.

                                                                      Pídeme y te daré en herencia las naciones,

                                                                      y en  posesión tuya los confines de la tierra.

                                                                      Con cetro de hierro los gobernarás,

                                                                      los harás pedazos como a un vaso de alfarero.”

                                                                      Ahora,  pues, oh reyes, comprended;

                                                                      instruíos, vosotros que gobernáis la tierra.

                                                                      Sed siervos de Yahvé con temor y alabadle,

                                                                      temblando besad sus píes,

                                                                      antes que se irrite y vosotros erréis el camino,

                                                                      pues su ira se encenderá pronto.

                                                                      ¡Dichoso quien haya hecho de Él su refugio!

 

(5) Ps. 44.                                                     De mi corazón

                                                                     desbordan faustas palabras,

                                                                     hablo de lo que hice para el Rey

                                                                     mi lengua es pluma de ágil escriba.

                                                                     Eres más hermoso

                                                                     que los hijos de los hombres;

                                                                     la gracia se ha derramado en tus labios,

                                                                     pues Dios te ha bendecido para siempre.

                                                                     Oh poderoso

                                                                     ciñe a tu flanco tu espada

                                                                     en tu gloria y majestad.

                                                                     Cabalga victorioso,

                                                                     por la verdad y por la justicia,

                                                                     y tu diestra te mostrará

                                                                     hazañas formidables.

                                                                     Agudas son tus flechas,

                                                                     los pueblos caerán de bajo de ti;

                                                                     desfallecidos caerán los enemigos del Rey.

                                                                     Tu trono, oh Dios, es por los siglos

                                                                     y para siempre;

                                                                     el cetro de tu reino es vara de justicia.

                                                                     Tú amas la justicia y detestas la maldad.

                                                                     por esto, oh Dios mío, el Dios tuyo te ungió,

                                                                     entre todos los semejantes,

                                                                     con óleo de alegría.

                                                                     Mirra y áloes y casia exhalan tus vestidos

                                                                     esde los palacios de marfil

                                                                     donde te alegraron.

                                                                     Hijas de reyes vienen a tu encuentro;

                                                                     a tu diestra está en pie la reina,

                                                                     vestida de oro de Ofir

                                                                     Oye, hija, y considera; aplica tu oído;

                                                                     olvida a tu pueblo

                                                                     y el asa de tu Padre.

                                                                     El Rey se prendará de tu hermosura;

                                                                     Él es tu Señor: inclínate ante Él.

                                                                     Ante ti se inclinará.

                                                                     a hija de Tiro con dádivas,

                                                                     y los más ricos de la tierra

                                                                     solicitarán tu favor.

                                                                     Toda hermosa entra la hija del Rey,

                                                                     vestida de tela de oro.

                                                                     Envuelta en manto multicolor

                                                                     es llevada al Rey;

                                                                     detrás de ella son introducidas a ti,

                                                                     las vírgenes sus amigas:

                                                                     son conducidas alegremente y, dichosas,

                                                                     entran en el palacio del Rey.

                                                                     Tus hijos ocuparán

                                                                     el lugar de tus padres;

                                                                     los establecerás príncipes

                                                                     sobre toda la tierra.

                                                                     Haré tu nombre memorable

                                                                     de edad en edad;

                                                                     si, los pueblos te ensalzarán

                                                                     por los siglos de los siglos.

 

(6) Ps. 71.                                                    Oh Dios, entrega al Rey tu juicio

                                                                    y tu justicia al Hijo del Rey ;

                                                                    para que el gobierne a tu pueblo

                                                                    con justicia,

                                                                    y  a los humildes tuyos con equidad .

                                                                    Los montes traerán al pueblo la paz;

                                                                   y los collados la justicia.

                                                                   Él defenderá a los humildes del pueblo,

                                                                   Él salvará a los hijos de los pobres,

                                                                   y aplastará al opresor.

                                                                   Permanecerá como el sol,

                                                                   y como la luna, de generación en generación.

                                                                   Descenderá, como lluvia,

                                                                   sobre el prado segado,

                                                                   como las aguas que riegan las tierras.

                                                                   En tus días florecerá la justicia,

                                                                   y abundará la paz

                                                                   mientras dure la luna.

                                                                  Y Él dominará de mar a mar,

                                                                  y desde el río hasta los confines de la tierra.

                                                                  ante Él se prosternarán sus enemigos,

                                                                  y sus adversarios lamerán el polvo.

                                                                  Los reyes de Tarsis y de las islas

                                                                  le ofrecerán tributos;

                                                                  los reyes de Arabia y de Sabá

                                                                  le traerán presentes.

                                                                  Y lo adorarán los reyes todos de la tierra;

                                                                  todas las naciones le servirán.

                                                                  Pues Él salvará al que clama desvalido,          

                                                                  y al mísero, que no tiene amparo.

                                                                  Se compadecerá del necesitado y del pobre,

                                                                  y a los indigentes salvará la vida,

                                                                  los libertará del daño y de la opresión,

                                                                  y la sangre de ellos será preciosa a sus ojos.

                                                                  Por eso vivirá; y le darán el oro de Arabia,

                                                                  orarán siempre a causa de Él;

                                                                  sin cesar le bendecirán.

                                                                  Habrá abundancia de trigo en la tierra;

                                                                  en las cumbres de los montes

                                                                  ondeará su fruto como el Líbano

                                                                  y florecerán los habitantes de las ciudades

                                                                  como la grama del campo.

                                                                  Su nombre será para siempre bendito,

                                                                  mientras dure el sol

                                                                  permanecerá el nombre suyo;

                                                                  y serán benditas en Él

                                                                  todas las tribus de la tierra; todas las naciones

                                                                  lo proclamarán bienaventurado.

                                                                  Bendito sea Yahvé, Dios de Israel,

                                                                  único que hace maravillas;

                                                                  y bendito sea por siempre

                                                                  su glorioso Nombre;

                                                                  llénese de su gloria toda la tierra.

                                                                  ¡Así sea; así sea!

 

(7) Is. 9, 6-7.       “Porque un niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado, que lleva el imperio sobre sus hombros. Se llamará

                                          Maravilloso, Consejero, Dios poderoso, Padre de la eternidad, Príncipe de la Paz.  Se dilatará su imperio, y e

                                          la paz no habrá fin. (Sentárase) sobe el trono de David y sobre su reino, para establecerlo  consolidarlo

                                          mediante el juicio y la justicia, desde ahora para siempre jamás. El celo de Yahvé de los ejércitos hará esto”.

 

(8) Ier. 23, 5.      "He aquí que vienen días, dice Yahvé, en que suscitaré a David un vástago justo, que reinará como Rey, y será 

                                        sabio, y ejecutará el derecho y la justicia en la tierra.

 

(9) Dan. 2, 44.  “En los días de aquellos reyes el dios del cielo suscitará u reino que nunca jamás será destruido y que no pasará

                           a otro pueblo; quebrantará y destruirá todos aquellos reinos, en tanto que él mismo subsistirá para siempre”.

 

(10) Dan. 7, 13-14.   “Seguía yo mirando en la visión nocturna, y he aquí que vino sobre las nubes del cielo Uno parecido a un hijo de hombre,
                  el cual llegó al Anciano de días, y le presentaron delante de Él. Y le fue dado el señorío, la gloria y el reino, y todos los pueblos
                  y naciones y lenguas le sirvieron. Su señorío es un señorío eterno que jamás acabará, y su reino nunca será destruido”.

 

(11) Zach. 9, 9.    “¡Alégrate con alegría grande, hija de Sión  ¡Salta de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a tí tu Rey;

                             Él es justo y trae salvación, (viene) humilde, montado en un asno, e un borrico hijo de asna”.

 

(12) Luc. 1, 32-33. “Bajó del trono a los poderosos, y levantó a los pequeños; llenó de bienes a los hambrientos y a los ricos

                                despidió vacíos”.

 

(13) Mat. 25, 31-40.  “Cuando el Hijo del Hombre vuelva en su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará sobre su

                              Trono de gloria, y todos las naciones serán congregadas delante de Él, y separará a los hombres, unos de otros,

                              como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos. Y coloca las ovejas a su derecha, y los machos cabrios a su

                              izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha “Venid benditos de mi padre, tomad posesión del reino

                              preparado para vosotros desde la fundación del mundo porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me

                              distéis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo ,  me vestisteis; estaba preso y vinisteis a verme.

                              Entonces los  justos le  responderán, diciendo: Señor. ¿Cuándo te vimos hambriento, y dimos de comer, o sediento y

                              te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo, y te vestimos? ¿Cuando te vimos enfermo

                              o en la cárcel, y fuimos a verte?”  Y respondiendo el Rey les dirá: “En verdad, os digo: en cuanto lo hicisteis a u no

                              solo, el más pequeño de estos mis hermanos, a Mi lo hicisteis”. Entonces dirá también a los de la izquierda: “Alejaos

                              de Mí, malditos, al fuego eterno; preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me distéis de

                             comer, tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis;

                             enfermo y en la cárcel, y no m visitasteis.” Entonces responderán ellos también: “Señor, ¿Cuándo te vimos        

                             hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y  no te asistimos?” Y Él les responderá: “En

                             verdad, os digo, en cuanto habéis dejado de hacerlo a uno de estos, los más pequeños, también a Mí lo hicisteis.” Y

                             estos irán al suplicio eterno, más los justos a la eterna vida.”

 

(14) Io. 18, 37. “Díjole, pues, Pilatos: ¿Con que Tú eres Rey?” Contestó Jesús: “Tú lo dices: Yo soy Rey. Yo para eso nací y para

                            esto vine al mundo, a fin de dar testimonio de la verdad. Todo es que es de la verdad escucha mi voz.”

 

(15) Mat. 28, 18. “Y llegándose Jesús  les habló, diciendo: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra.”

 

(16) Apoc. 1, 5.  “Y Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra. A Aquel que

                          nos ama, y que nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre.”   

 

(17) Ibid. 19, 16  “En su manto y sobre su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores.”.

 

(18) Hebr. 1, 1.  “Dios que en los tiempos antiguos habló a los padres en muchas ocasiones y de muchas maneras por los

                         profetas.”

 

(19) 1 Cor. 15, 25. “Porque es necesario que Él reine “hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.”  

 

(20) In Luc. 10.       

 

(21) 1 Pet. 1, 18-19. “Sabiendo que de vuestra vana manera de vivir, herencia de vuestros padres, fuisteis redimidos, no con

                         cosas corruptibles, plata u oro.”

 

(22) 1 Cor. 6, 20.  “Porque fuisteis comprados por un precio (grande). Glorificad, pus, a Dios en vuestro cuerpo.”

 

(23) Ibid. 6, 15. “¿No sabéis acaso que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Tomaré pues los miembros de cristo para

                           hacerlos miembros de una ramera? Tal cosa ¡jamás!”

 

(24) Conc. Trid. sess. 6, c. 21.

 

(25) Io. 14, 15; 15, 10.   “Si me amáis, conservaréis mis mandamientos. Si conserváis mis mandamientos, permaneceréis en mi 

                                        amor, lo mismo que Yo habiendo conservado los mandamientos de mi Padre, permanezco en su amor.”

 

(26) Io. 5, 22.  “Y el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado todo el juicio al Hijo.”

 

(27) Hymn. Crudelis Herodes in off. Epiph.

 

(28) Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.

 

(29) Act. 4, 12.   “Y no hay salvación en ningún otro. Pus debajo del cielo no hay otro nombre dado a los hombres, por medio del

                             cual podemos salvarnos.”

 

(30) S. Aug. Ep. ad Macedonium, c. 3.

 

(31) Enc. Ubi arcano.

 

(32) 1 Cor. 7, 23.

 

(33) Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.

 

(34) Sermo 47 de Sanctis.

 

(35) Rom. 6, 13.  “Pues no por medio de la Ley fue hecha la promesa a Abrahán, o a su descendencia, de ser heredero del mundo, 

                              sino por la justicia que viene de la fe.”

 

 

  

                                                                                                          BÍBLICO  Y  ACTUAL

 

                                                                                         “Como Rey, por Rey.

                                                                                    Cristo fue crucificado.

                                                                                    Como Rey,

                                                                                    Cristo resucitado

                                                                                    fue posteriormente glorificado,

                                                                                    y así permanece

                                                                                    durante la eternidad.

                                                                                    Lleva escrito y sobre el muslo:

                                                                                    Rey de reyes y

                                                                                    Señor de señores”. (Apoc. 19)

 

 

                                                                                     “Sí, CRISTO ES REY.

                                                                                    Es necesario sentir resonar

                                                                                    su sentido bíblico y actual,

                                                                                    leyendo nuevamente y estudiando

                                                                                    el documento que el Papa Pio XI,

                                                                                    a finales del Año Santo de 1.925,

                                                                                    con la Encíclica “QUAS PRIMAS”,

                                                                                    quiso dirigir a la iglesia,     

                                                                                    instituyendo la Fiesta de CRISTO REY”.

 

                                                                                                                    (Pablo VI, 24-XI-76.

                                                                                    Festividad de Jesucristo Rey del Universo).

 

 

                                Para que siga resonando en nuestra sociedad el sentido “bíblico y actual” de la REALEZA de JESUCRISTO, y  como contribución al XIV Centenario de la UNIDAD CATÓLICA de ESPAÑA, la UNIÓN SEGLAR de NAVARRA le ofrece gratuitamente la Encíclica  “QUAS PRIMAS” de S.S. Pio XI,.

 

                                          Solicítela a nuestra administración (sellos de correos para gastos de envío)

 

 

  

 

 

 

 
 

                                                   

 

                                                                     UNIÓN   SEGLAR  “SAN  FRANCISCO  JAVIER”

                                                                                   C/ Doctor Huarte, 6-1º izquierda

                                                                                   Teléfono y  fax: 948-24.63.06

                                                                                   31003 – PAMPLONA  (Navarra)

                                                                

                                                                                        E-Mail  spalante@ctv.es

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