XX JORNADAS PARA LA RECONQUISTA DE LA UNIDAD CATÓLICA DE ESPAÑA
LOS CATÓLICOS ANTE LA INSTAURACIÓN DE LA REPUBLICA
José María PERMUY- REY
Zaragoza, 18 y 19 de abril de 2009 “ Elecciones municipales de abril de 1931 Ante la convocatoria a elecciones municipales de
abril de 1931, la mayor parte de los obispos españoles se mantuvieron
neutrales. Hubo, no obstante, alguna excepción, como Monseñor
Múgica, que llegó a sostener que en ese momento concreto eran indignos
los candidatos republicano-socialistas, cuyo ideario, expuesto en
mítines, periódicos y proclamas, pugnaba abiertamente con la doctrina de
la Iglesia, por lo que no se les podía votar y dignos y merecedores del
voto, por el contrario, los
candidatos derechistas, únicos que ofrecían sólidas garantías de
mantener la religión y el orden. La prensa española de inspiración católica (El
Debate, Época, ABC identifican las candidaturas de los monárquicos con
los partidarios de la religión y promueven que se les vote. Instauración de la República Ante el hecho consumado de la instauración de la
república el 14 de abril, ¿cuál fue la postura de la jerarquía
eclesiástica? Roma, por medio del nuncio en España, Tedeschini,
acepta la nueva situación, y, basándose en el accidentalismo de las
formas de gobierno da instrucciones a los obispos para que sean
obedecidos los poderes constituidos. El nuncio envía una carta al cardenal de Tarragona,
Vidal i Barraquer, expresándole «ser deseo de la Santa Sede que V.E.
recomiende a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de su
diócesis que respeten los poderes constituidos y obedezcan a ellos para
el mantenimiento del orden y para el bien común» Los obispos españoles, a su vez, siguiendo las
instrucciones recibidas de la Santa Sede, escriben a favor del
acatamiento del nuevo régimen. Excepcionalmente, el cardenal Gomá (en su carta
pastoral “Sobre los deberes de la hora presente”, de 10 de mayo) y sobre
todo el cardenal Segura, se mostrarán recelosos. Éste último publica el 1 de mayo una carta pastoral
en la que exalta la monarquía española y aun a Alfonso XIII y llama a la
unión de todos los católicos, monárquicos y republicanos, por encima de
sus diferencias en lo opinable, en defensa de los derechos de Dios y de
la Iglesia. Aun así, el cardenal Segura, recordando la doctrina
tradicional de la Iglesia y las recientes orientaciones emanadas de
Roma, escribía: “Es deber de los católicos tributar a los gobiernos
constituidos de hecho respeto y obediencia para el mantenimiento del
orden y del bien común”. “Sírvanos en este punto de guía para nuestra
conducta la prudentísima actitud de la Santa Sede, que, al darse por
notificada de la constitución del nuevo Gobierno provisional, declaró
estar dispuesta a secundarlo en la obra de mantenimiento del orden
social, confiando que él también por su parte respetará los derechos de
la Iglesia y de los católicos en una Nación donde la casi totalidad de
la población profesa la Religión católica”. El Debate, órgano oficioso de la jerarquía, el 15
de abril señala su aceptación del régimen por el hecho mismo de haberse
producido”, si bien, tres días después, en su editorial advierte a sus
lectores que no se ilusionen, pues hay signos de que el acierto en
materia religiosa no va a ser la pauta del gobierno provisional. Otro documento público, la Declaración colectiva de
los Reverendísimos metropolitanos de 9 de mayo, redactada por el
cardenal Segura tras una reunión en Toledo, insiste en el propósito de
aglutinar a los grupos católicos: «Es, pues, apremiante en la actualidad el que los
católicos, prescindiendo de sus tendencias políticas, era las cuales
pueden permanecer libremente, se unan de una manera seria y eficaz a fin
de conseguir que sean elegidos para las Cortes Constituyentes candidatos
que ofrezcan plena garantía de que defenderán los derechos de la Iglesia
y del orden social». Los saqueos y quemas de edificios religiosos en
mayo de 1931 El 11 de mayo y los siguientes días fueron
incendiados, asaltados y saqueados 41 inmuebles religiosos en Málaga
(sólo una de sus parroquias quedó intacta; también se destruyen templos
en municipios malagueños como Torremolinos, El Palo, Churriana, etc.),
11 en Madrid, 4 en Sevilla, otros 4 en Cádiz, 5 en Jerez, 2 en
Algeciras, 2 en Sanlúcar, 21 en Valencia y provincia, 13 en Alicante, 4
en Murcia. Así hasta algo más de un centenar entre los que también se
cuentan bibliotecas, centros de formación, escuelas para obreros, en
apenas tres días; y en los meses siguientes no dejan de menudear las
quemas. De la pasividad del Gobierno proporciona datos de
primera mano Miguel Maura en sus Memorias. La declaración del estado de
guerra en Madrid, que Maura juzgó disparatada antes de intentar el
mantenimiento del orden con fuerzas de la guardia civil, resultó tardía
para impedir los vandálicos destrozos y no fue obstáculo para que el 12
continuaran en otras ciudades españolas. No obstante, la intervención
espontánea de Guardia Civil o Policía impidió en la capital el incendio
de otros establecimientos religiosos, lo que exhibió más categóricamente
la culpable falta de energía del Gobierno provisional, empeñado en
identificar demagógicamente la acción incendiaria con la voluntad
popular (Presidente Alcalá Zamora: Sólo fogatas de virutas; ministro
Azaña: Todos los conventos no valen la vida de un republicano. Si sale
la Guardia civil, dimito). No se incoó proceso alguno y hasta se hizo
recaer la responsabilidad de los desmanes sobre las propias víctimas. ¿Cuál fue la reacción de los obispos ante esta
combustión combinada de los edificios y los ánimos? En la mayoría de los
boletines se guarda silencio y sólo semanas después se efectúan
alusiones al tratar de otros temas, como el Sagrado Corazón o el
Rosario. Pero entre la minoría que se pronuncia otra vez encontramos una
gradación que repite las posiciones del 14 de abril, aunque ahora con
algunas defecciones en la aceptación del régimen y mayor severidad en
los críticos. Vidal y Barraquer exhibe una postura de comprensión
hacia el gobierno, que ha tenido en su opinión que enfrentarse a un
problema grave, posición en la que abunda el obispo de Tortosa, al
subrayar que el gobierno merece alabanza por su reprobación de los
hechos aunque algunas de sus medidas mantengan en zozobra a los
católicos, y el de Barcelona, don Manuel Irurita, quien tras aludir a
“los horribles sacrilegios que acaban de cometerse”, muestra una
extraordinaria comprensión política por “el Gobierno Provisional de la
República, quien, como representante de una nación de abolengo y
tradiciones caballerescas y cristianas, ha de experimentar, como Nos,
hondo pesar por tales hechos que nos llenan de rubor ante el mundo
civilizado”. Sin acusaciones expresas, el obispo de Madrid
trasluce en realidad su defección, su abandono del apoyo que ha
solicitado para la República. Gomá y Segura redoblan sus críticas tras los graves
acontecimientos. El obispo de Tarazona une el lamento por los incendios
con la legislación que está aprobando el gobierno, y con mayor energía
todavía Segura, que se encuentra en Roma, redacta una Exposición al
Presidente del Gobierno provisional en nombre de los metropolitanos,
cuyo tono, una vez más, no satisface a alguno de ellos. En este
documento a la protesta por los incendios se añade una larga enumeración
de agravios: supresión de la obligatoriedad de la misa en el Ejército,
secularización de cementerios y separación Iglesia-Estado, prohibición a
los gobernadores civiles de tomar parte en actos religiosos, supresión
de honores militares al Santísimo a su paso por las calles, supresión de
la obligatoriedad de la enseñanza religiosa, libertad de cultos,
disposiciones sobre el tesoro artístico, infracción de la inmunidad del
personal eclesiástico. Expulsión del Cardenal Primado El 12 de mayo el cardenal Segura se trasladó a
Madrid donde mantuvo contactos con varias personas que le aconsejaron se
marchara de España al pensar que el Gobierno, tarde o temprano, iba a
ordenar su expulsión. Al día siguiente se trasladó a Roma, donde tiempo
más tarde fue recibido por Pío XI y por el cardenal Pacelli, a quienes
informó sobre la situación española. Y también desde Roma y con fecha 3
de junio, hizo pública la exposición dirigida al presidente del Gobierno
en nombre de los Metropolitanos: “Excelentísimo
señor: reunidos los metropolitanos españoles para estudiar debidamente
la situación creada a la Iglesia española por el nuevo estado de cosas,
con el fin de trazar a las fieles normas seguras de su actuación
cristiana en los actuales momentos, acordaron dirigir atento escrito a
vuecencia, en calidad de presidente del Gobierno provisional, según lo
han venido haciendo con anterioridad en sus reuniones habituales. Hacen constar, en primer término, que, reiterando
las manifestaciones hechas por todos los reverendísimos prelados, han
recordado a los católicos españoles el respeto y la obediencia que deben
a las autoridades constituidas, y la cooperación en todo aquello que
concierne al bien común y a la paz social, en la convicción de que las
autoridades respetarían los derechos de la Iglesia y de los católicos en
esta nación, en la que la inmensa mayoría de los ciudadanos profesan la
religión católica. Mas se han visto en la precisión de cumplir al
mismo tiempo con el angustioso deber que les impone su cargo pastoral,
de manifestar la penosísima impresión que les han producido ciertas
disposiciones gubernativas, emanadas del Poder público, o la realización
de hechos incalificables que vetan de un modo manifiesto derechos
sacratísimos de los que viene gozando desde tiempo inmemorial la Iglesia
en España”. Apenas el Gobierno había podido digerir las
palabras del cardenal y demás prelados, cuando el 11 de junio Segura
vuelve a España y entra por la frontera de Roncesvalles, permaneciendo
en paradero desconocido para el Gobierno durante tres días. Por esas
fechas ya se había pedido a Roma su expulsión de territorio español:
“Con motivo de la Pastoral que el Primado de Toledo dirigió a otros
Prelados, con ocasión de la proclamación de la República, el Gobierno
estimando peligrosa la permanencia del Cardenal en España, solicitó de
la Santa Sede la remoción de D. Pedro Segura de la Silla Metropolitana
de Toledo”. Después de viajar por carreteras de segundo orden, para no
ser descubierto, consigue llegar a Madrid y posteriormente a Guadalajara
donde fue mandado detener por el Gobierno sin que opusiera resistencia
alguna. A continuación, fue llevado al Gobierno Civil y al día siguiente
le fue comunicado que tenía que salir de España, a lo que el cardenal se
negó si antes la orden de expulsión no le era notificada por escrito. Al
poco tiempo le hicieron entrega de un comunicado que decía: “De orden
del Gobierno Provisional de la República española, sírvase ponerse
inmediatamente en marcha hacia la frontera de Irún. Dios guarde a su
Eminencia muchos años. Guadalajara, 15 de junio de 1931. El Gobernador
Civil”. Una vez finalizada la lectura del comunicado, Segura escribió el
jefe del Gobierno pidiendo se le expliquen los motivos de su expulsión,
a la vez que se lamentaba de carecer de dinero, de ropa, de medicinas,
etc. Así y todo, se cumplió la orden de alejarlo de España y «a las
cuatro y media de la madrugada, y en un automóvil de la Dirección
General de Seguridad, llegó a la frontera el cardenal Segura. Ante la expulsión del cardenal primado, la
movilización de las organizaciones católicas fue impresionante Otros elementos de tensión. Los procesos que confluyen en una situación de
tensión Iglesia-Estado en las primeras semanas de la Segunda República,
antes de la publicación de los anteproyectos de Constitución, son muy
diversos. Capítulos básicos en las primeras semanas son los
decretos e instrucciones sobre enseñanza religiosa, escuela única y
libertad de cultos. Enseñanza de la religión. El Decreto de 6 de mayo
sobre voluntariedad de enseñanza de la religión, desarrollado en
circular de 13 de mayo, exime de tal disciplina a los alumnos cuyos
padres no la soliciten expresamente, y a los maestros de impartirla, al
tiempo que se prohíbe dentro del horario escolar. En el caso de que el
maestro no desee enseñarla solicitará la colaboración de un sacerdote
que ha de proporcionarle el párroco. El Debate llamó al decreto “un
desahogo del sectarismo”; la Asociación Nacional Católica de Padres de
Familia lamentó lo que podría ocurrir en casos de maestros comunistas o
ateos, que obstaculizarían la entrada del sacerdote y llegarían a
prohibir la enseñanza religiosa incluso a quien la pidiere. Escuela única. El Debate considera que con esta unificación del
sistema escolar los padres no tienen la posibilidad de elegir la
orientación que desean para sus hijos y en consecuencia se les desplaza
en un ámbito esencial de responsabilidad familiar. Libertad de cultos. El decreto de 22 de mayo
provoca vehementes protestas de la jerarquía. En sus líneas esenciales
establecía la prohibición de inquirir el credo religioso de los
ciudadanos, la autorización del culto público y privado de todas las
confesiones y la no obligación de participar en ceremonias públicas, de
donde se derivaba la no asistencia de las autoridades civiles a
procesiones y actos litúrgicos solemnes. La Constitución republicana La expulsión de los católicos de la República (en
expresión de don Ángel Herrera, figura sobresaliente del catolicismo de
la época y director del periódico El Debate) se consumó sin duda con la
aprobación el 9 de diciembre de la Constitución de 1931. El 13 de octubre de 1931 se debatió en las cortes
el más polémico de los artículos del proyecto constitucional referente a
la Iglesia, el artículo 26. “Todas las confesiones religiosas serán
consideradas como asociaciones sometidas a una ley especial. El Estado,
las regiones, las provincias y los municipios no mantendrán, favorecerán
ni auxiliarán económicamente a las iglesias, asociaciones e
instituciones religiosas. Una ley especial regulará la total extinción,
en un plazo máximo de dos años, del presupuesto del clero. Quedan
disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente impongan,
además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a
autoridad distinta de la legítima del Estado [indisimulada alusión a la
Compañía de Jesús]. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines
benéficos y docentes. Las demás órdenes religiosas se someterán a una
ley especial votada por las Cortes Constituyentes y ajustada a las
siguientes bases: 1ª Disolución de las que, por sus actividades,
constituyan un peligro para la seguridad del Estado. 2ª Inscripción de las que deben subsistir, en un
registro especial dependiente del Ministerio de Justicia. 3ª Incapacidad de adquirir y conservar por sí o por
persona interpuesta más bienes que los que, previa justificación, se
destinen a su vivienda o al cumplimiento directo de sus fines
privativos. 4ª Prohibición de ejercer la industria, el comercio
o la enseñanza. 5ª Sumisión a todas las leyes tributarias del país. 6ª Obligación de rendir anualmente cuentas al
Estado de la inversión de sus bienes en relación con los fines de la
asociación. Los bienes de las órdenes religiosas podrán ser
nacionalizados». La reacción de los católicos, como era de prever,
no se hizo esperar. El Debate, en editorial publicado el 14 de octubre
manifiesta: “Los católicos hemos extremado los deseos de concordia. Sin
una provocación de nuestra parte, se nos ha declarado la guerra con un
ataque sectario a la Religión. En el exterior no hay prestigio y en el
interior el malestar es profundo y en medio de esto se alza bandera
contra la Iglesia que desde el advenimiento del Régimen ha extremado la
tolerancia, la transigencia, la comprensión, las concesiones, el afán de
concordia. La Constitución que se elabora ya no es nuestra. No estamos
los católicos dentro de ella. Se ha proclamado ya a las claras la
guerra, la persecución contra la creencia religiosa. Tenemos que
defender la fe, tenemos que trabajar dentro de la legalidad contra esa
Constitución. ¡Nada de guerra civil! Sería ilícita, insensata, imposible
de mantener. ¡Dentro de la ley! ¡Nada de palabras altisonantes!”. El 17 de
octubre El Debate publica un manifiesto de los diputados católicos en el
que entre otras cosas se dice: “La Constitución que va a aprobarse no
puede ser nuestra porque es antirreligiosa y antisocial y por ello, ya
desde ahora, levantamos la bandera de la revisión” El Episcopado español envía el 18 de octubre un
mensaje de agradecimiento al Papa, en el que se puede leer: “Fácilmente se comprenderá cuán numerosos y graves
sean los daños con sólo considerar las causas de donde proceden:
separación completa y radical entre la Iglesia y el Estado, se ha
llegado a este punto sin contar con la gran fuerza social de la
Religión; equiparación de la religión católica a las otras confesiones a
pesar de que ninguna de éstas cuenta en España con fieles numerosos.
(...) Esto que en otras naciones puede ser conveniente, en España es
obra de un sectarismo pernicioso. (...) Se han tomado medidas contra las
Órdenes religiosas, especialmente contra la Compañía de Jesús. Se
nacionalizaron los bienes de ésta; se dieron disposiciones sobre la
enseñanza y con ello se pretende arrancar al niño de la educación de sus
padres y a los jóvenes de la influencia de la Iglesia; se atenta contra
la indisolubilidad del matrimonio; implantación del divorcio; se suprime
la dotación de culto y clero, quebrantando los solemnes pactos
contraídos por el Estado a título de justicia. (...) Lo peor de todo es
el laicismo que, a fin de cuentas, lo que intenta es sustraer a la ley
de Cristo toda la sociedad... [basándose] en una filosofía ingeniosa
pero desprovista de base científica. En nombre de la libertad de
pensamiento y de la transigencia se imponen errores ya hace tiempo
condenados... La proclamación del ateísmo oficial con todos sus horrores
y daños incalculables». «[los católicos] atenderán a la defensa de los
altos intereses de la Iglesia con el concurso de todas las buenas
energías empleadas por las vías justas y legítimas. Haciendo esto, se
sirve también a la Patria como fervientes y dóciles ciudadanos,
siguiendo así las instrucciones del Episcopado que ha reconocido y
acatado el Poder constituido sin vincularlo jamás a una determinada
forma de gobierno”. Estas mismas ideas recoge el episcopado español en
la pastoral publicada por El Debate el 1 de enero de 1932, en la que
manifiestan su disgusto ante varios preceptos constitucionales. La legislación antirreligiosa de desarrollo de la
Constitución y las medidas sectarias continuaron como en cascada tras la
promulgación de la ley fundamental. A mediados de enero del 32, el
director de Primera Enseñanza, don Rodolfo Llopis, envía una circular a
todos los maestros ordenando la retirada inmediata de los crucifijos de
las aulas en cumplimiento del art. 43 de la Constitución. El 24 de enero se decreta la disolución de la
Compañía de Jesús conforme al art. 26 de la Constitución y la
incautación de todos sus bienes. El dos de febrero se aprueba la ley del divorcio,
el seis son secularizados los cementerios y el 11 de marzo se suprime la
asignatura de religión en todo el sistema educativo. El 17 de mayo de
1933 es aprobada la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas, que
acabó condenando el propio Pío XI en su encíclica Dilectissima nobis. Como hemos visto hasta aquí, la posición de la
jerarquía católica es en todo momento, de acatamiento del poder
constituido, de resistencia pasiva a las leyes injustas, pero
resistencia siempre dentro de los cauces legales establecidos; mientras
que las autoridades republicanas demuestran en todo momento una
beligerancia extrema contra la religión y la Iglesia. No obstante, cuando todos los cauces legales fueron
agotados, la misma jerarquía justificó la sublevación contra la tiranía
Frentepopulista, calificándola de cruzada, como de hecho fue. Pero ese es otro tema.
|